Poetas Hazversos

Un blog
para los amigos de la poesía
que nos reunimos
en torno a los poetas de la colección
"Hazversidades poéticas"

(Café Comercial, Glorieta de Bilbao, el último martes de cada mes a las 20:00)

domingo, 30 de enero de 2011

¿Por qué escriben?

Hace unas semanas El País publicó una entrevista colectiva a un considerable número de escritores. Tan considerable que en él también cabían cosas distintas al escritor auténtico, personajes que más responden al calificativo de “mercenarios” del negocio editorial que a otra cosa, u otros para los que la literatura no es pasión sino sólo el resorte de la fama y la notoriedad.
Recapacitando sobre algunos de los motivos presentados en la entrevista (salvoconducto para deambular por el laberinto humano, por vanidad, para entender el argumento de la muerte, por necesidad, por ganarse la vida, para vencer el miedo a vivir, para comprender, para encontrarse, por narcisismo, por haber leído, por masoquismo, por perplejidad, para seducir, para subvertir…) se me ocurrió trasladar la pregunta a algunos de los Hazversos (pasados, presentes y futuribles), y aquí están las respuestas que me dieron. No todas las respuestas son de su puño y letra, pues en ocasiones acudieron a citar a otros grandes autores para hacerse cómplices de sus palabras, pero en cualquier caso, todas las respuestas están cargadas de autenticidad. Aquí van las de Julio Castelló, Arturo Gonzalo Aizpiri, Rafael Soler, Elvira Daudet… La de Simón Arriaga, claro, artífice primero de la idea y también la del epiloguista Jaime Reis que ha creído, equivocadamente una vez más, que endilgándonos un texto, y encima largo, podría compensar su indelicadeza de no haber acudido en diciembre a la presentación del Crisol de Poetas Hazversos 2010.

Simón Arriaga:
yo escribo "para alguien", y en parte es verdad. Creo que todos tenemos "un otro" al que nos dirigimos no sólo al hablar sino también al escribir, un otro imaginario o real, pero siempre simbólico... aunque ese otro sea uno mismo en tanto que lector de su propia obra. Yo ahí­ me sitúo precisamente en el desdoblamiento, y es desde ahí­ desde donde creo que me resulta más interesante pensar en el "por qué escribo". Lo diré de una vez: ESCRIBO PORQUE NO ENTIENDO NADA. No, no entiendo nada: nada a priori, nada de lo que se supone, nada de lo que parece y luego resulta no ser, y después otra vez tampoco. Escribo pues porque intento saber, y escribir y leerme me ayuda a investigar "el océano en esta superficie de vidrio" y desde ahí­ el suicidio o la muerte a la que se accede sin lucha, por ejemplo. Acercarme a entender, o a intentarlo, de una vez aunque nunca de una vez por todas. Escribo porque no sé. No sé nada de lo que se supone que deberí­a, de lo que es obvio: que la piel de una manzana es diferente que la mí­a o la de la tierra o... escribo porque es una forma de pelear que no daña, una forma de pelea contra mí mismo o mi "no-mismo", tanto da, pero contra mí, y de la que uno de los dos ha de salir con menos ignorancia, aunque sea por poco tiempo. Porque el mundo se me cierra a cada paso y sólo en las palabras he encontrado llaves para sus tremendos cerrojos. Sé que hay otra llaves: danzas y silencio, música y colores y líneas... pero yo sólo tengo letras.
Como Gandalf a las puertas de Moria me devano los sesos para atravesar puertas invisibles en la roca, puertas que sólo se dejan ver al pronunciar, escribir, sobre ellas, en ellas, la palabra precisa: "mellon": amigo. DI AMIGO Y ENTRA.
Traducir lo escrito, todo lo escrito, en tanto que lector es una tarea terriblemente compleja. Gandalf comete un error de traducción que le tiene clavado frente a la roca de su ignorancia durante interminables minutos, empeñado en que "ya sabe de antemano" mientras que lo que descubre allí­ es que saber de antemano es siempre saber un error. Ha de cambiar el verbo, ese del que se dice que fue lo primero. No es lo mismo "hablar" que "decir", no es lo mismo "habla amigo y entra" que "di ´amigo´ y entra". Y debe ser que más allá de la anécdota no debe ser lo mismo, no, hablar que decir.
Si para Arturo, con el preciosismo que le caracteriza incluso en su letra, "escribir es pensar despacio" (qué delicia de frase, saboreable una y otra vez) para mi escribir es decir, en tanto que diferente y opuesto a hablar. ESCRIBIR ES, EN PRIMER TÉRMINO, DECIRME COMO A UN OTRO, LO QUE NO SÉ. Lo que aún no sé pero estoy a punto de tocar... precisamente por ese acto casi espeleológico de la escritura.
Es un saber importante ese saber que no se sabe y al que abre la escritura de la poesí­a, porque es un saber en el que se produce un "reconocimiento", fugaz a veces, vital o mortal. El reconocimiento de algo propio, como la propia figura en el espejo: algo tuyo de lo que te apropias desde afuera en un desdoblamiento tenso del que sólo eres consciente cuando termina, cuando ya ha pasado y ha dejado su hulla, o sus secuelas. Pues conocer tiene algo de sí­ntoma, de enfermedad, y no en balde la enfermedad nos abisma a un otro conocimiento del que gustosamente huiríamos, sin que nadie por ello nos tachara de cobardes.
¿Qué es lo que quiero saber? Lo único que no llegaré a saber nunca: QUIERO SABER QUIÉN SOY, Y NINGUNA RESPUESTA ES SUFICIENTE.
Yo también creo que somos por entero en lo que sentimos, pero no sé si lo sé mientras lo siento o sólo lo siento y lo soy. Saber lo que siento, saber lo que soy, es por tanto una tarea que abordo como un viaje interminable y no por ello menos necesario. Mi camino son palabras, mis pasos son palabras, mi mar, mi barca, mi naufragio son palabras.
Hay, por fortuna, lugares donde uno es por entero o casi. Son pocos, son las más de las veces, RELACIONES. Relaciones como la de este grupo de Canallas, en las que basta ´decir´ amigo, para que en la roca más inescrutable se dibuje la lí­nea de una puerta invitando a entrar...

Elvira Daudet:
escribo porque la vida, la mía y la de los otros, me duele; escribir es la única forma de paliar el dolor. Cuando he sido feliz no he sentido ninguna necesidad de escribir. Esta es la razón esencial, pero si miro hacia atrás veo que he escrito por diferentes motivos, según los momentos. De niña, empecé a escribir para salvarme del miedo. Descubrí que gracias a la magia de las palabras podía contar los horrores que sucedían a mi alrededor, en un suburbio de la posguerra invadido continuamente por los pistoleros falangistas; escribiendo me sentía fuerte y dejaba de temblar como un conejo.
De adulta escribía porque no sabía hacer otra cosa para ganarme la vida.
Cuando me separé de mi marido escribía para dar de comer a mis hijos, que aprendieran idiomas y proporcionarles una educación completa que les permitiera ir a la universidad a realizar sus sueños.
En los momentos más amargos, cuando la vida me resultaba insoportable, escribía para escapar de la desesperación.
Y en los últimos años escribo, únicamente, para seguir viviendo. Todo, incluida la vida, se lo debo a las letras.

Julio Castelló:
escribo por escribir.

Arturo Gonzalo Aizpiri:
escribo porque siento necesidad de hacerlo, porque creo que no me sería posible vivir de otra manera. Porque cuando no escribo tengo la sensación de que la vida fluye desordenadamente, escapándoseme entre los dedos, sin dejar huella. Porque cuando no escribo me parece que todo transcurre borrosa, imprecisamente; que los días son material fungible, que se los lleva el viento. Porque, aunque alguien piense lo contrario, no son las palabras, sino la ausencia de ellas, lo que corre el peligro de esfumarse en el viento.
He aquí, por tanto, una primera clave. Escribo por la relación que tengo con el tiempo. Yo siento el tiempo como algo físico, perceptible, que no por ser inalcanzable deja de ser real, algo así como un horizonte. El tiempo puede ser un amigo, un cómplice, si se da con las disciplinas que a uno le permiten entendérselas con él. Y mi unidad de medida para entendérmelas con el tiempo es la escritura.
Pero no sólo porque la escritura permita dejar registros, cuadernos de bitácora, mensajes en el interior de una botella. Sobre todo, y este es mi segundo punto, es que escribir es pensar despacio. Buscar las palabras que nos expliquen es la mejor forma de iluminar nuestro camino. Nombrar algo es apropiarse de ello. Si yo me quedo un momento pensando y escribo: "Me hace muy feliz comenzar el año intercambiando regalos y palabras con mis amigos", el solo hecho de buscar y seleccionar una a una este puñado de palabras hace que la felicidad que me proporcionáis sea aún mayor. Y, por causa de esta misma magia de la escritura, intentar el imposible de ponerle texto al amor que Ángela y yo nos tenemos, consigue el prodigio de hacerlo aún mayor. Si después de tomarme un rato para pensarlo concluyo que nuestro amor es resplandeciente, o efervescente, o vertiginoso, es como si lo habitara de un modo más completo. Perdonadme una de mis digresiones técnico-pedantes. Se dice en el mundo de la calidad que lo que no se mide no mejora. Yo siento que lo que no se escribe no acaba de existir del todo.
La escritura es, por otra parte, el hardware del leguaje. Y el lenguaje es el instrumento más poderoso que existe. La lectura y la conversación me han entrenado en su uso desde que tengo uso de (aunque escasa) razón, y ahora disfruto ejercitándolo en todas sus posibilidades, como disfruta el músico tocando su instrumento o el malabarista haciendo bailar objetos en el aire. Disfruto escribiendo discursos, dedicatorias, correos electrónicos, poemas, relatos. Disfruto hasta escribiendo la lista de la compra. Disfruto diciendo palabras en voz alta. Covarrubias. Tertulia. Maliciosa. Canallas. Periscopio. Mi familia.
Lo anterior se corresponde con mi carácter de hormiga hoplita. Dejar huella. Entenderme con el tiempo. Pensar despacio. Ejercitar el lenguaje.
Pero además he escrito y publicado una novela, y eso añade respuestas. Escribo porque es un maravilloso ejercicio de libertad. Porque me permite crear territorios a los que retirarme cuando quiero evitar sufrir una sobredosis de realidad. Porque no hay nada parecido a poner un libro en manos de un lector, e imaginar las mismas exactas palabras que he escrito, en su estantería, su mesilla de noche, sus horas de soledad, su vida. Porque cuando alguien lee la novela, deja de ser mía, para convertirse en algo compartido por ambos. Me emociona pensar que mis personajes, mis paisajes, ya son nuestros personajes, nuestros paisajes… He puesto en circulación dos mil sucursales de mí mismo y viviré siempre, de algún modo, en ellas.
¿Por qué escribo? Por la misma razón que estoy siempre impaciente por escucharos. Porque no hay mejor punto de apoyo sobre el que construir, junto con el amor, las relaciones humanas.

Carmina Casala:
escribo porque creo en la libertad de pensamiento, en la imaginación. La poesía es un impulso, una sacudida que me enfrenta a una misteriosa verdad interior, un salto en el vacío en el que sólo es posible el poema.
La palabra es creadora y yo me sé creada por ella. Siento que el poema culmina cuando consigues hacer de las palabras silencios.
Por eso escribo: por el milagro.

Jaime Reis:
porque un animal, aun sin saber que lo hace y sin intención por hacerlo, puede pintar o hacer música, pero no puede escribir.
Porque es un milagro que 27 signos se combinen para componer miles de palabras en miles de idiomas. Y quién en su sano juicio no querría ser parte de un milagro.
Porque me temo que con la oratoria sólo se convence a los que ya piensan como nosotros. Y escribiendo y leyendo eres capaz de cambiar de opinión.
Porque, ya lo he dicho, la foto de una puerta sólo puede ser esa puerta, y la palabra puerta es todas las puertas.
Y escribo para sacármelo de lo cabeza, aunque a veces lo haga mal y siempre lo haga a medias y saque la mitad de la mitad de lo que estuvo en mi pensamiento.
Porque la vida será corta pero a mí los días se me hacen larguísimos.
Porque tampoco hace tanto que el hombre escribe, en verdad hace muy poco, 5.300 años y hay tanto que contar y recordar... por ejemplo que la rueda sólo nació doscientos años antes que la escritura en Súmer...
Porque la escritura es lo único que permite almacenar y transmitir el conocimiento.
Porque es tal vez la única actividad en la que no hay que dar explicaciones.
Porque no sé pintar.
Porque sin texto no hay Historia.
Porque Gilgamés, abrumado por la muerte de su amigo Enkidu a manos de Isthar, la diosa del amor Isthar, Gilgamés, digo, abrumado ante el espectáculo de la desaparición de Enkidu se propone conquistar la inmortalidad... y lo consigue con la ayuda del imperecedero matrimonio superviviente del Gran Diluvio Universal... aunque luego la “planta de la juventud” se la robe una serpiente y por eso las serpientes cambiando de piel si no son inmortales sí son eternamente jóvenes... y todo esto lo sabemos por un poema titulado “Quien todo lo vio” escrito antes casi todo sucediera.
Porque recuerdo a mi padre y veo a mis hijas y sé que Sary, escriba egipcio talló en piedra estos versos: “Un hombre ha desaparecido, su cuerpo polvo es, / toda su parentela ha vuelto a la tierra, / pero un libro hace que lo mencione la boca de quien lee”.
Porque escribir es el territorio único y perfecto de lo más sagrado que para el hombre hay, la libertad.
Porque si una sola persona en el mundo leyendo una frase mía disfruta una milésima parte de lo que yo con la Ilíada de Homero, el Quijote de Cervantes, el Diablo Mundo de Espronceda o la Caída de Camus, me sentiré feliz, y creeré haber devuelto al mundo honradamente algo de la infinita felicidad inmerecida que he recibido en mi vida de lector.
Escribo también por una vanidad que creo que se redime por sí misma puesto que no busca el halago por el halago sino que al recibir un parabién por algo escrito por mí, al ver un libro mío subrayado por alguien, descubro hermanos de emoción y sentimiento y el mundo cobra sentido porque no estoy solo.
Escribo porque a vosotros, gente mía (gente, como diría Dersu Uzala), os gusta.
Porque soy curioso y no me canso.
Secretamente incluso para mí mismo, supongo que empecé a escribir para ganarme el respeto y la admiración de mi padre, lector empedernido e inédito escritor.
Porque así no se perderá en el olvido, resistiendo al menos una hora, pongamos, el tsunami que en mi corazón supuso caminar por el laberinto de la ciudad de Mari (Tell Hariri), a orillas del Éufrates, construida hace 7.000 años. Un lugar que hoy a un turista a la busca y captura de algún fotograma exótico lo dejará con el vacío de la estafa y que sin embargo a mí me conmocionó. Muros aparentemente vanos que no otro sino Hammurabi destruyó. Mis huellas sobre sus huellas.
Porque en la escritura hay algo que es iluminación: me descubre en el más amplio sentido de la frase “me descubre”. Y por cierto que por eso del “amplio sentido” también es por lo que escribo. Porque decir “lo que queda” significa tres cosas distintas, todas certeras.
Porque empecé a hacerlo en el mismo momento de mi infancia en que comencé a ser yo mismo y no puedo pararlo. Y porque en las horas de desaliento (más editorial que escritorial) en que “decido” dejar de escribir lo pienso en forma literaria y no descanso hasta que escribo que ya no escribo.
Porque tras haber vivido (o sea, tras haber visitado latitudes impensables; tras haber edificado una familia; tras haber transitado las horas con vosotros, Hazversos y Canallas; tras haber amado y visto tanto y tanto), o sea, tras haber vivido, para cuando ya no viva, el Paraíso lo concibo como un lugar sin lugar donde no hay acción, un lugar donde transcurre infinito el tiempo sin tiempo, un lugar donde leo y leo y leo, aprendiendo, conociéndolo todo por lo escrito. “Casas de vida” llamaban en tiempo de Ramsés II a las bibliotecas. Y si el Paraíso que imagino en la nebulosa de la inexistencia es una biblioteca, ¿cómo no desear ser partícipe de la inacabable construcción de ese paraíso?, ¿cómo no escribir?

Rafael Borge:
(Iconoclasta heterodoxo hasta la extenuación, Rafael Borge responde a la pregunta con unas citas del libro “Escribir es vivir” de José Luis Sampedro:
“… me mueve a escribir descubrirme a mí mismo para descubrir a otros y para encontrarnos todos, para vivir más…
… mi concepción de la vida como una obligación de hacerse lo que se es. la vida es, o debe ser, un esfuerzo encaminado a hacernos lo que somos, lo cual entraña no pocas dificultades porque ¿cómo sabe uno quién es?...
… yo he escrito con tesón y perseverancia durante cuarenta años sin ser conocido como escritor. Era conocido como economista, pero, además de ganarme la vida con mi trabajo de economista, me levantaba a las cuatro de la mañana para escribir novelas. Y, pese a escribir y publicar unas cuantas, con buenas críticas y todo, a mí no se me consideró escritor hasta los años ochenta. Escribir durante cuarenta años sin que el esfuerzo esté recompensado por éxito, ni por fama ni por dinero, sólo tiene una explicación: que la recompensa consiste en la satisfacción íntima, en el “dolorido sentir” en palabras de Garcilaso. Al igual que Garcilaso de la Vega, tras un desengaño amoroso, escribió aquello de que “nadie me podrá quitar el dolorido sentir”, tampoco a mí me podía, ni me podrá quitar nadie el dolorido sentir de la creación…”

Rafael Soler:
¿Por qué diablos escribes, alma de cántaro, con la que está cayendo?
A tus cumplidos sesenta y dos añitos, de vuelta de nada y enfrentado a casi todo, ¿qué haces emborronando folios, servilletas, y recibos del super? Tú, que ignoras las bondades del ”control+enter”, que sigues confiando en la nívea bondad de los jurados literarios, que te has reencontrado con los tuyos a golpe de versos y manzanas, ¿qué pretendes un folio tras otro dale que te pego a las seis de la mañana, disfrutón, encendido, vivo, arreglando el mundo y sus aristas? ¿De qué vas cuando das lo mejor de ti al encontrar la palabra que faltaba, benéfico pardillo? ¿Buscas novia, un abono del Canal, alguna palmadita al bajar del autobús? Y más concretamente, por evitar cualquier floritura innecesaria en tu respuesta, ¿escribes cuando escribes, o cuando escribes bailas, vomitas, escuchas al ardiente corazón del amor que nunca conociste, vives como hubieras querido vivir si te dejaran? ¿Tanto tiempo te queda para tallarlo a tinta? ¿Para quién? ¿Para cuántos? ¿Qué quedará de todo lo escrito dentro de seis años, de diez o de cincuenta? ¿No hay suficiente texto impreso en las pescaderías, en las páginas salmón que el diablo confunda, en los misales? ¿Te parece prudente atosigar a tus afines con un poema nuevo que habla de tus viejas obsesiones, de la muerte inevitable, de la soledad que luce la solapa del vecino? ¿No tienes un diván? ¿No te gusta el ocio compartido, los escaparates, las aceras con sus piernas?
PAUSA, MIENTRAS EL INTERPELADO RECAPACITA, MALDICE LA ENCERRONA Y ENCUENTRA UNA RESPUESTA A SER POSIBLE
BRILLANTE
LUMINOSA
DEFINITIVA
Algo así como:
“Escribo… …( balbuceo)… …porque no tengo remedio”.

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